sábado, febrero 18, 2006

 

La felicidad del ignorante

Hay personajes que están asqueados de la modernidad. Tanto, que ni siquiera son conscientes de que están asqueados de algo que acabó hace tiempo. Sí, se asquean como si fueran los descendientes de aquellos asqueados de antaño, aquellos que cuando veían que Mies Van der Rohe levantaba su Pabellón de Alemania en Barcelona en la Exposición de 1929 arqueaban una ceja para luego apartar la mirada, fijándose, quizás, en el Pabellón de España, que sobra decir que era tradicionalista y mimético, heredero de la academia decimonónica, de estilos agotados; un pastiche vamos. Como pastiches eran los edificios de la Exposición que en ese mismo momento se producía en Sevilla. Sí, pastiche: "Mezcla desordenada, mezcolanza" (otra acepción es plagio...). Cierto es que los resultados no fueron desdeñables: en el caso de Sevilla, esta exposión sacó del lodo a la ciudad en gran medida, y como resultado más palpable logró prácticamente el único ensanche bien resuelto de la misma. A nivel escultórico, ahí quedan la Plaza de España, los museos... pero a veces olvidamos que apenas hace 70 años de eso, que los patos llevan nadando en el estanque tan solo un par de generaciones. No hay que menospreciar el saber hacer de Aníbal González, pero no puedo evitar verlo como a aquél italiano que, en pleno siglo XVI, se empeñaba en hacer catedrales góticas.
El debate es atemporal, eso desde luego, pero en el caso de la modernidad entendida tal y como la entendemos, el debate debió concluir en el primer tercio del siglo XX, como de hecho ocurrió en todo occidente... ¿en todo? ¡no! quedó un reducto en el corazón de la Hispania bética que rechazó una y otra vez la invasión de la modernidad: Sevilla. Bah, paparruchas. Si así fuera, al menos podrían alegar cierta pureza de estilos de antaño, o cualquier motivo similar. Pero si miramos alrededor ¿qué han conseguido los supuestos conservadores? que la modernidad igualmente inunde la ciudad, pero lo haga camuflada, mal desarrollada, grotesca, retorcida... pastiche. Y 70 años de conservadurismo pastichero han convertido la ciudad en una miríada de máscaras, mentiras y oportunidades perdidas: la gente va por la calle, levanta la cabeza, y admira edificios almohades de 50 años, patios andaluces de 30, murallas medievales de 80... ¡y qué bonita es la ciudad con edificios tan antiguos!.
La nueva generación de asqueados de la modernidad recoge el testigo con el proteccionismo, aplicándolo indiscriminadamente, protegiendo fachadas que no aportan nada por el mero hecho de ser "antiguas", elevando a hito arqueológico cualquier cosa que se pose en el casco antiguo y no hayan visto construir. ¿Y si nos equivocamos? ¿Y si hacemos algo "moderno" y sale mal? No se dan cuenta de que no arriesgarse es equivocarse de ante mano.
No van a permitir que se hagan las setas de la Encarnación, el campanille de La Cartuja, o ahora la Biblioteca del Prado porque, dicen, no son respetuosos. ¿Y qué proponen? ¿Dónde radica el respeto en la arquitectura? ¿Dónde en el arte? Según mi humilde opinión, lo más respetuoso es permitir que cada generación se exprese según sus medios. Lo que deba perdurar lo hará, lo que no, caerá por su propio peso.
Será una gran equivocación, opinan, si se llevan a cabo obras que no casan con el "conjunto monumental de Sevilla". Tal conjunto no se elaboró con sus pastiches, señores. Cuando la Giralda se hizo, lo normal habría sido tirarla por ser árabe, y no coronrla con un campanario renacentista; eso era arriesgado y novedoso. El puente de Triana es de los primeros hechos de fundición (posiblemente el primero en España); toda una apuesta. Las apuestas arriesgadas son las que han traído los hitos a la ciudad, las que la convirtieron en "conjunto monumental". Hasta que, en un momento dado, alumbramos a la primera generación de asqueados, y se hizo la oscuridad. Desde entonces no hemos hecho más que repetir, atrasarnos y sentirnos por ello felices... la felicidad del ignorante. La felicidad del que prefiere 1000 pesetas antes que 6 euros. Pues en Sevilla seguimos empeñados en acuñar pesetas, aunque ya todos paguen en Euros. Porque la modernidad no es hacer un "edificio raro", consistió en su día en construir en hormigón y metal en vez de ladrillo y piedra, en hacer pilares en vez de muros de carga, en explorar las alturas en vez de la longitud, en liberar las fachadas, en introducir los espacios libres en la ciudad; en definitiva, en cambiar el concepto de hacer vivienda. Y por mucho que les pesara a los asqueados, se consiguió. y se aplicó, porque aquí está la gran verdad: todos los edificios que se hacen hoy en día son más deudores del Pabellón de Alemania de Mies Van der Rohe, que de las construcciones regionalistas de Aníbal González. Lo que consiguieron los asqueados fue que se aplicara mal, y de ahí todos los barrios de polígonos, los auténticos pisos de playa que hay en el centro, las fachadas acartonadas que esconden plantas que sueñan con la Villa Saboya... el engaño, la repetición, el agotamiento del casco antiguo, y la mentira de un conjunto histórico que lo fue mientras siguió vivo, mientras se renovó, conservó lo imprescindible y admitió los lenguajes de cada momento.
El Conjunto histórico surge día a día, porque el presente también es historia, una historia a la que estamos renunciando por unos cuantos asqueados, una historia que no le legaremos a nuestros hijos, los cuales, cuando paseen por Sevilla y vean lo que les dejó el tiempo, de nuestra generación sólo encontrarán pastiches, y entonces se preguntarán el por qué de nuestra incapacidad de generar arquitectura, y en un momento de lucidez alguien dirá: eran felices en su ignorancia.
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