domingo, octubre 30, 2005

 

Libertad, igualdad y...

La Revolución Francesa acató unos ideales. Y digo acató, que no alumbró, pues lo que hizo fue dar un pasito más en ese camino del ir reconociendo principios al "pueblo llano", reconociendo algo que es inherente al ser humano, y que por tanto no habría que cuestionarse. Pero es que la dificultad de la convivencia entre personas radica en lo que nos cuesta tratarnos como tales. Eso, por supuesto, se refleja en la política. conforme el ser humano se va atreviendo a reconocerse como tal, vamos desperezándonos en un lento despertar: primero fue el yo, luego el yo y mi familia, después el yo y mi pueblo, más tarde el yo a ti si tú a mi (ley del talión)... y así sucesivamente hasta que "decidimos" que todos éramos iguales, y que la libertad de uno acaba donde empieza la del otro. finales del siglo XVIII.
Hemos tenido tiempo en dos siglos y pico de dar un pasito más, cuanto menos, en pos de devolver al hombre la dignidad que perdió el día que decidió poner en cuestión la humanidad del otro. Hemos tenido tiempo, pero ¿lo hemos hecho?.
Si nos atenemos a los avances políticos, parecería que sí, la democracia, los movimientos sociales, la pluralidad de ideas, el globalismo racial al que nos encaminamos, dan buena muestra de ello.
Pero volvamos a la Revolución francesa, y a esos ideales a los que hacía referencia y que, ahora sí, me atrevo a enunciar: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Si ahora analizamos de nuevo esos avances contemporáneos, descubrimos con facilidad que se ha ahondado en el concepto de libertad, se ha luchado por la igualdad, pero ¿qué se ha hecho por la fraternidad? Es posible que, después de todo, aún no hallamos asumido ese revolucionario eslogan, o al menos no del todo. Ni que decir tiene que no todo el mundo es tratado como libre ni igual, pero la fraternidad ni siquiera es patrimonio de los países que sí enarbolan el estandarte de aquellas otras dos virtudes.
Lo vemos a diario, en nuestro propio país, cuando los políticos a los que confiamos nuestra representación, en virtud de sus dimes y diretes, sus pactos y sus intereses (que cada uno defiende como los de todo el pueblo), dividen una nación con una frivolidad tal que uno se siente un dálmata en manos de Cruela de Vil. Yo recaudo para mí mis impuestos y doy lo que considere conveniente, yo tengo mi agua para mí, yo decido cuál es mi cultura, y elimino lo que yo convengo necesario, yo, yo, yo y yo. ¿no queda un poco carca tanto ego? ¿es que la igualdad pasa por reconocerse a uno mismo hasta ignorar al prójimo?. La libertad, la igualdad y la fraternidad pasan las unas por las otras. Quitar una del medio por conveniencia es manipulación. Y por desgracia esto se está imponiendo en cada región, alimentando una competencia esteril, como si nos fuéramos a quedar atrás... es el divide y vencerás (y el dividir ya poco tiene que ver con la igualdad...) ¿pero qué se gana aquí venciendo? a mi no se me ocurre otra cosa que dinero, o puede que ni eso, y en todo caso ¿quién lo gana? el dinero desde luego aparece, si no fíjense en cómo rápidamente se habla de boicots empresariales ante reclamaciones nacionalistas. Tan absurdos los unos como los otros.
¿Cómo pueden prometernos igualdad y libertad sin fraternidad? me parece muy descarado, después de más de 200 años, que nos quieran hacer pasar por el aro. Ainssss, que triste es darse cuenta de que a veces el camino del autorreconocimiento humano pasa por la pereza de volver una y otra vez a introducirse en el lecho en el que, dormidos, poco importa el devenir, y quién lo escriba. ¿Es posible que estemos retrocediendo?.
Me gustaría creer que no, porque al fin y al cabo nos estamos dando cuenta del hecho, y ya se alzan voces cuando los personajillos, bigotudos o no, de turno, nos quieren dar gato por liebre. Claro que estas no se alzan entre los propios políticos...
¡qué felicidad descubrir que todas las reflexiones llevan a sentenciar al sistema político actual! De nuevo parece que vivimos del pasado, y ahora no ya en la Guerra Civil, como muchos pregonan, sino en el siglo XVIII, muy ilustrado y tal, pero nada libre ni igualitario... y mucho menos fraterno.
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